EL EDIFICIO

Los orígenes y el palacio medieval

Fachada principal del Torreón de Lozoya

Fachada principal del Torreón de Lozoya

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Restos arqueológicos interpretados como pertenecientes a unos baños romanos

Ubicado en la Plaza de San Martín de Segovia, el Torreón de Lozoya es uno de los edificios más emblemáticos de la arquitectura civil de esta ciudad.

Ciertamente, su popular nombre puede prestarse a confusión, dado que no se trata únicamente de una torre de considerable empaque, sino de un complejo palacial que incluye un patio, otra torre más modesta y hasta un jardín con galería porticada. En sus inmediaciones, conectado directamente con él a través del Corral de San Martín, el Torreón de Lozoya cuenta además con otro pequeño edificio de tres plantas, destinado a almacén.

Los orígenes del gran caserón no están del todo claros, aunque se haya afirmado a menudo que se levantó sobre unas termas romanas. Tal suposición deriva de la interpretación unos restos arqueológicos (surgidos en la restauración que efectuó la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Segovia tras adquirir el inmueble en el siglo pasado) como parte de un calefactorium: “Se trata de tres grandes elementos a manera de tubos, dispuestos paralelamente sobre el pavimento y entre sí unidos por piletas y conductos construidos sobre el mismo terreno y que, a decir de varios especialistas, pudieran haber formado parte de alguna conducción de termas romanas”.

Si nos atenemos a lo que nos ha llegado del resto del edificio hasta la actualidad, podemos deducir que la evolución constructiva del mismo obedeció a tres momentos fundamentales: uno bajomedieval, otro renacentista y un tercero en época reciente.

Tipológicamente, la construcción medieval corresponde a una casa fuerte torreada, muy frecuente en Segovia entre los siglos XIII y XV. Juan de Vera hizo responsable a la familia Cuéllar de su erección, aunque sin aportar datos precisos,2 y en contradicción con la historia de los propietarios del inmueble que escribiera Alfonso de Ceballos-Escalera. De aquel edificio restan la gran torre que da nombre y entrada al conjunto, así como otra torre menor, alineada con la primera a una cierta distancia, de modo que el complejo inicial contaba con una cuidada defensa que evidencia los conflictivos momentos vividos por Segovia en su Baja Edad Media. La torre más pequeña, de tapias y ladrillo, desmochada y carente de interés, “remite a obra del siglo XV” en palabras de José Antonio Ruiz Hernando3.

Más polémica es la posible fecha de construcción del Torreón propiamente dicho. Desde que en 1921 el Marqués de Lozoya adscribiera su erección al siglo XIV4, el mundo científico no acaba de ponerse de acuerdo sobre su cronología, problema agravado por la falta de datos documentales. Partidarios de esta centuria se han manifestado investigadores como Juan de Vera, Alfonso de Ceballos-Escalera, Teresa Pérez Higuera o Rafael López Guzmán5. José Antonio Ruiz Hernando ha oscilado en su parecer entre los siglos XIV y XV6, siendo Rafael Ruiz Alonso7 partidario de esta última opción en base al estudio de los esgrafiados que revisten sus muros externos.

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Fotografía de Peter Müller Peter para el libro “El Torreón de Lozoya”

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El Torreón de Lozoya por Ángel Cristóbal Higuera. Ca. 2000

Por su parte, Edward Cooper8 también retrasa un siglo su construcción, insertando al Torreón en las diversas experiencias que entonces se llevaban a cabo sobre la ordenación de los matacanes corridos en las torres del homenaje de los castillos. Sobre el terreno, el problema radica en las grandes reformas que el inmueble sufrió en el siglo XVI, y documentalmente, sólo en las postrimerías del cuatrocientos, nos es dado a conocer el nombre de su propietario, Hernando Cabrera, hermano menor del célebre Andrés Cabrera, personaje de gran relevancia en los reinados de Enrique IV y de los Reyes Católicos9.

La gran torre, con sus 8 por 9 metros de planta y 25 metros de altura, antecede a todo el complejo, anulando la visión del resto de la casa, pero exteriorizando la idiosincrasia señorial de sus dueños.

La poderosa silueta de su estructura, levantada en el plano más alto de la actual Plaza de San Martín y sobresaliendo por encima del caserío circundante, no pasa desapercibida cuando uno se topa con este original espacio escalonado; de ahí la abundante iconografía con que cuenta el edificio en las artes del dibujo, la estampa, la pintura e incluso en la escultura.

Su condición estratégica es también indudable. En la torre se abre el acceso al conjunto, de manera que desde ella se controlaba el paso. La monumental puerta en arco de medio punto que ahora vemos no fue la original; empotradas en el muro, junto a la ventana de la primera planta, se distinguen varias dovelas y no hace mucho, al interior, se descubrió un sillar adornado con bocel angular que debió pertenecer a la jamba de un vano. De haber existido en ese punto una puerta anterior, de seguro hubiera sido de menores dimensiones, dando así coherencia al resto de estrategias defensivas que se diseñaron para el edificio.

La puerta actual cuenta con una alargada saetera que permite observar lo que ocurre fuera y hostigar a posibles asaltantes. Como ocurre al interior de varias torres-puerta desde época emiral, la circulación en el zaguán está sujeta a quiebros, dado que su planta rectangular adopta el conocido acceso en recodo, otro préstamo de la arquitectura militar que dificultaba la entrada directa del enemigo.

De ese origen proviene igualmente la presencia de una ventana enfrentada a la puerta, aquí transformada en un epatante vano renacentista que ha perdido su función original para mutarse en mirador desde el que observar discretamente el acceso. Tácticamente, la puerta que daba paso al patio medieval del inmueble –del que sólo resta el ingreso- se acogió a tal fórmula; con posterioridad, esta puerta de ladrillo sería cegada, conservándose actualmente en el zaguán.  La disposición en recodo será adoptada con mucha frecuencia en la arquitectura doméstica hispana por ser enormemente eficaz a la hora de preservar la intimidad de patios y otras dependencias.

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Las cuatro alturas que se elevan sobre el zaguán sólo son accesibles por una pequeña puerta abierta al interior del núcleo propiamente habitacional del conjunto, en la primera planta, como también ocurre en la segoviana Torre de Hércules. Todas ellas están comunicadas por escaleras de madera, cuentan con alfarjes del mismo material, pavimentos de baldosas y se iluminan por ventanas de distinto trazado, abiertas a la fachada sin una disposición ordenada, complementadas con troneras en forma de ojo de cerradura invertido. La última planta no se ajusta a esta disposición; se apoya sobre matacán corrido y sus almenas son en realidad ventanas, al haberse construido un tejado sobre los merlones.

Al interior del cuerpo de guardia propiamente dicho, esto es, en la penúltima planta, se conservan numerosos grafitos pintados con tizones de carbón que atestiguan este uso, puesto que allí los vigilantes del inmueble se calentarían con braseros. Los motivos dibujados son de muy variada índole, desde barcos y castillos, a inscripciones, signos fálicos y dragones; quizá estos últimos –muy detallados- sean plasmación de la desaparecida tarasca que procesionaba en la fiesta de Corpus Christi. Durante la Guerra Civil, momento en el que el inmueble estaba ocupado por un colegio de Madres Concepcionistas, se hicieron nuevos grafitos por parte de las alumnas, a las que se encargaba vigilar la posible amenaza de aviones procedentes del frente de la sierra. Otro valor añadido de estas manifestaciones es el hecho de que gracias a ellas se conservara el revestimiento original de la torre en ese punto, consistente en un enlucido de mortero ocre-grisáceo muy pulimentado; lamentablemente, el resto de revocos fue eliminado en un tiempo en el que el criterio de descubrir las fábricas de los edificios se impuso en las intervenciones sobre la arquitectura histórica.

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Respecto a los materiales empleados, la torre destinó el granito para las cadenas de sillares de las esquinas, matacanes, guarniciones de ventanas, la puerta de entrada y un buen número de bloques sobre ella, que pudieron servir para estabilizar el edificio tras la apertura de la misma en el siglo XVI, sustituyendo a la puerta medieval, que sería presumiblemente de caliza. El ladrillo configuró la serie de arquitos que forman parte del matacán corrido, apoyados sobre ménsulas de piedra berroqueña; también participó, combinado con mampostería, en la confección del cuerpo superior, tanto en los muros como en la cornisa –donde alterna con tejas-, así como en el dovelaje de los arcos que se voltearon para reconvertir el almenado en ventanas, si es que no fue todo proyectado de esta manera desde el principio.

Todo lo demás corresponde a una mampostería irregular, bastante pobre, que incluye, como dijimos, algún material de acarreo. Sobre estos materiales y superficies se practicaron dos tipos de esgrafiado: hasta el límite que marcan los matacanes, la mampostería recibió una decoración de circunferencias tangentes, realizadas en un peculiar esgrafiado a dos tendidos y adornadas con escorias, en tanto que las cadenas de sillares de las esquinas fueron guarnecidas con un llagueado del mismo relieve que los anillos; la última planta fue revestida con esgrafiado a un tendido simulando una fábrica de sillería. El primer acabado responde al adorno original de la torre, en tanto que el segundo tuvo que esperar al menos a la transformación del cuerpo almenado, habiendo sido reparado con posterioridad (así lo atestigua un grafito inciso sobre un tosco remiendo, donde puede leerse la fecha de 1930).

Dado que la convergencia de las dos corrientes europeas del esgrafiado -una de raigambre mudéjar y otra renacentista- hacen del Torreón de Lozoya un edificio único en el mundo, nos detendremos en ellas, comenzando por la época medieval.

Siempre se ha considerado a los adornos circulares del Torreón de Lozoya como un importante eslabón en la evolución técnica del esgrafiado en Segovia, ciudad en la que es posible hacer un seguimiento de los distintos pasos que se dieron desde los incipientes encintados de las fábricas de mampostería en el siglo XIII hasta la madurez de este proceso ornamental en el XV. El primero que se percató de ello fue Vicente Lampérez10, quien entendió el esgrafiado como un compromiso entre las “yeserías mudéjares” y el llagueado en relieve; buena parte de la bibliografía posterior se adhirió a esta teoría, difundiéndola en buena medida el Marqués de Lozoya, Leopoldo Torres Balbás o Luis Felipe de Peñalosa y Contreras11.

Hay que puntualizar, no obstante, que en España existen evidencias de esgrafiados en toda su plenitud técnica al menos desde época omeya12, pudiendo señalarse antecedentes remotos para la variante más básica del grafito inciso. Por otro lado, la experimentación segoviana se produjo también en diversos lugares de forma autónoma, caso de los edificios mudéjares de la sierra de Aracena onubense13. Probablemente, la sencillez del procedimiento, la utilización de los mismos materiales, la necesidad de proteger y embellecer, etc., fueron factores comunes que dieron lugar a soluciones similares en diferentes tiempos y territorios. Para entender la trascendencia de la decoración de la torre segoviana es necesario dedicar algunas líneas al encintado.

El rejuntado, llaga, encintado, retundido, tendel o “envitolado”, es aquella porción de argamasa que rodea las piedras o los ladrillos de una fábrica para cohesionar superficialmente todos los componentes del muro y protegerlo de los agentes atmosféricos.

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Su apariencia es muy variable, siendo aquella que se manifiesta con acusado relieve la que ahora nos interesa. Se ejecuta lanzando con fuerza pellas de mortero contra las juntas, que después son alisadas con una paleta; posteriormente se recorta la silueta aproximada de la piedra con una incisión en diagonal y se elimina toda aquella argamasa que cubre en demasía la superficie pétrea. El resultado es una especie de “cordón” realzado, de sección trapezoidal e irregular, dado que es una labor que se hace a ojo. Las ventajas que el rejuntado en realce ofrece al muro son múltiples. Para empezar, la fábrica queda más resguardada en este punto vulnerable. Los planos inclinados de la llaga sirven para desalojar cómodamente, con la ayuda de una brocha, los restos de argamasa que hayan quedado sueltos sobre las piedras; pero, sobre todo, una de sus mayores excelencias es proporcionar una rápida vía de escape al agua de lluvia que pueda caer sobre las paredes.

Antonio García y Bellido encontró evidencias de su uso en la muralla romana de León (último cuarto del siglo I d.C.)14 y Theodor Hauschild lo hizo en el yacimiento arqueológico de la también leonesa basílica paleocristiana de Marialba de la Ribera en Villaturiel (siglo IV)15. Llagueado en realce muestran los mampuestos del castillo de Huete (Cuenca), del siglo X, lo mismo que ciertas zonas de la muralla de Toledo –cuya cronología es difícil de establecer- en el sector del postigo de los “Doce Cantos”. Antonio Viñayo González, cuando habla de la primitiva construcción de San Isidoro de León16, afirma que los restos allí aparecidos son anteriores a la segunda mitad del siglo XI; quizá de entonces puedan datar ciertos fragmentos que alumbró una campaña arqueológica en la iglesia de la Santísima Trinidad de Segovia. A finales del XII o principios del XIII correspondían los restos que adornaban la fachada de la torre o palacio de Doña Berenguela en León, conocidos a través de fotografías antiguas17. Desde el siglo XIII, la ciudad del Acueducto cuenta con numerosos ejemplos tanto en edificios civiles como religiosos, con la particularidad de que en la iglesia de San Justo el encintado aparece no sólo al exterior del templo sino también al interior.  Ello confirma la existencia de una sensibilidad especial que gustaba de la piedra irregular vista, guarnecida por un cordón de mortero protector y a la vez decorativo, cuyo empleo supone al mismo tiempo un ahorro de material frente al revestimiento continuo. Así se entiende también por parte de los constructores almohades coetáneos, como de los más tardíos ejecutores de edificios nazaríes y mudéjares. En consecuencia, estamos ante un fenómeno de enorme difusión, rastreable desde la antigüedad, que va a desarrollarse lo mismo en medios cristianos que islámicos.

Son llamativas las coincidencias del llagueado en relieve con la modalidad del esgrafiado ejecutado “a dos tendidos”. Este procedimiento utiliza dos capas de mortero superpuestas, del mismo o de distinto color, la última de las cuales recibe un acabado liso por acción de la llana. Una vez que este tendido postrero ha alcanzado un cierto grado de consistencia, se procede a marcar los diseños ornamentales con un instrumento de punta afilada; a continuación, se perfilan las siluetas de nuevo, esta vez a través de un corte a bisel que atraviesa el espesor de toda la capa hasta alcanzar el primer tendido. Para dejar la decoración en relieve, se procede por último al escarbado de aquellas zonas que queremos dejar en profundidad, descubriendo la superficie del tendido de fondo. El resultado es un trabajo ornamental en dos planos conectados por pequeñas superficies en chaflán, lo mismo que en el encintado; esgrafiados y llagueados se benefician así de la solidez que proporciona contar una amplia base de sujeción.

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Otro elemento que los emparenta es el aditamento de pequeños trozos de escoria, que en origen comenzaron a emplearse sobre los rejuntados. Se colocan éstos sobre el tendel cuando aún está tierno, quedando notoriamente a la vista al resaltar por encima de él. Tales fragmentos cumplen además una importante función técnica, puesto que disminuyen los riesgos de agrietamiento al fragmentar las superficies en pequeños segmentos; queda así el tendel sometido a una menor tensión durante el proceso de retracción que afecta al mortero tras su puesta en obra. En numerosos lugares de Castilla, Andalucía o Extremadura, la escoria es sustituida por ripio, fragmentos de cerámica o diminutas lajas de pizarra, empleándose entonces estas añadiduras con más profusión, llegando a formar una sucesión de pequeñas piedras en hilera sobre la superficie de la llaga.

Basilio Pavón Maldonado18 ha constatado la presencia de encintados con escoria en al-Andalus, durante los siglos X y XI: puente califal de Bembézar (Córdoba), mezquita aljama de Córdoba, torre albarrana de la Puerta de Sevilla en Córdoba, castillo de Zafra (Guadalajara), muralla califal de Tánger, castillos de Tarifa y Medellín (Badajoz), ciudad-fortaleza de Vascos (Navalmoralejo, Toledo), muralla de Coria, puerta del castillo de Trujillo, restos de una fortaleza anterior junto al castillo de Manzanares el Real, etc. Pedro Gurriarán Daza y Samuel Márquez Bueno añaden al grupo nuevas obras de enorme interés, tales como la puerta del Cambrón en Toledo, la mezquita del Cristo de la Luz en la misma ciudad, la alcazaba de Talavera de la Reina, etc..19 La bibliografía aporta algunos ejemplos más en Marruecos, datados a finales del siglo XI o principios del XII. Jacques Meunié y Charles Allain20 describieron en un sector de la muralla de Zagura, una junta plana en mortero de cal que avanzaba en ligero relieve sobre los mampuestos, definiendo formas que tendían hacia la circunferencia. Algo parecido ocurre con la fortaleza de Amergo, cuyos dibujos trazados a punta de paleta observó Henri Terrasse21. Estas obras almorávides preludian, en opinión de Antonio Malpica Cuello, las decoraciones similares que ofrecerán muros almohades y nazaríes, aunque duda de su origen netamente islámico al encontrar paralelos en las fortalezas de Loarre o Ávila22. El complemento de pequeñas piedras negras aparece en la fortificación almorávide de Tâsgîmût (conquistada por los almohades hacia 1132); se ha especulado con que allí cumpliera una función simbólica, al haberse seleccionado específicamente las que corresponden al color con que se identificaba esta dinastía africana23. De finales del siglo XII o principios del XIII deben datar las fábricas encintadas y con escoria del castillo de Alcalá la Vieja, situado frente a Alcalá de Henares (Madrid), descritas por Pavón Maldonado como un “esgrafiado muy característico del mudéjar toledano, que se ve, entre otros ejemplos, en construcción vecina al castillo de Oreja”24. En Segovia comienzan a percibirse en edificios del siglo XIII, como la Torre de Hércules, algunos muros del Alcázar y ciertas partes de la muralla. De la amplia aceptación que esta fórmula encuentra en las construcciones de la época dan fe varias miniaturas de las Cantigas de Alfonso X el Sabio25. El reino de Granada usa del procedimiento, constatando Manuel Acién Almansa que en construcciones malagueñas como los castillos de El Burgo y Archidona, “un enfoscado exterior dejaba la piedra vista y un llagueado en forma de vitola en torno a ella”26. También es observable en otras latitudes y con una cronología muy diversa: monasterio de Yuste (Cáceres), varias localidades de la provincia de Ávila, diversos puntos de la muralla y torres defensivas de Albarracín (Teruel), Requena (Valencia), etc. Lo cierto es que estos rejuntados con escoria son muy afines en casi todos los lugares y en diferentes épocas, estando aún en plena vigencia durante los siglos del barroco en ciudades como Alcalá de Henares o Toledo.

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En paralelo a esta pervivencia del encintado en relieve se desarrolló una vertiente más ornamental, sometiendo a las amorfas siluetas de las piedras a unos trazados predeterminados. El cuerpo inferior del alminar de la Kutubiya de Marrakech tendía en sus llagas a describir rectángulos, simulando sillería, efecto complementado con pintura27. Estas fábricas fingidas fueron muy populares en las murallas almohades de al-Andalus. También lo fueron las formas que describen gotas o burbujas, con amplia aceptación en edificios nazaríes y mudéjares, donde a veces evolucionan hacia siluetas pisciformes o acorazonadas. Pero la derivación que afecta al Torreón de Lozoya es aquella que, como en la muralla de Zagura, tiende a describir circunferencias. Se ha visto en este fenómeno una consecuencia “natural” del proceso, al irse redondeando cada vez más los contornos de las piedras con los tendeles28, pero es ésta una afirmación que conviene aclarar, dado que existe una incongruencia nunca puesta en evidencia.

Cuando se construye un muro de estas características, el albañil tiende por lógica a colocar cada nueva piedra sobre la unión que han dejado entre sí otras dos en la hilada anterior, apoyándola en ambas. Si imaginariamente uniéramos con líneas los centros de los mampuestos, la estructura resultante se parecería a una red de rombos; y si utilizásemos sus vértices para trazar con un compás los anillos, su disposición sería a tresbolillo, ordenación que no encontramos en Segovia, pero sí en edificios onubenses y portugueses de los siglos XIV y XV: castillos de Niebla, Portel, Moura y Castelo dos Mouros en Sintra, así como en el ábside de la ermita de San Mamés en Aroche. Responden estas manifestaciones a una evolución diferente que parte también del llagueado, pero sin relieve. En este caso el retundido consiste en una porción de argamasa que queda enrasada con la cara externa de las piedras; para una mayor resistencia, en muchos lugares se procedió a pulir esta superficie, dando lugar a un contraste de texturas entre este acabado y la rugosidad del mampuesto. Un curioso problema se le planteaba al constructor cuando la fábrica del muro empleaba piedras muy menudas; hubiera sido un despropósito entretenerse en rejuntar esas menudencias y por tanto no le quedaba más remedio que realizar llagas más amplias que dejaban asomar, a cierta distancia, la parte más prominente de los mampuestos. El equilibrio consuetudinario entre piedra y tendel se había roto, así que recurrió a fingir que las rocas eran de mayores proporciones. Para ello, una vez pulida la llaga, dibujó con una incisión los límites de la piedra, definiéndolos como un círculo irregular, y rascó en su interior el mortero someramente, sin apenas profundizar en el revoco, consiguiendo así una textura rugosa. Había dado con el principio que rige el esgrafiado a un tendido y su consecuencia puede verse en los edificios señalados: la fábrica fue cubierta completamente con una capa de mortero que recibió un pulimentado final. Se pasó después a dibujar los círculos –a veces con un compás-, disponiéndolos significativamente a tresbolillo y separados unos de otros (como antaño ocurría con los mampuestos reales y fingidos). Finalmente rascó su superficie, provocando la disparidad de texturas que hace patente la ornamentación.

Nada tienen que ver estas manifestaciones con los ejemplares segovianos en los que primeramente se abordó la ornamentación circular: el Alcázar y el Torreón de Lozoya. Si en los esgrafiados antes descritos el protagonista es el círculo, en Segovia ese papel corresponde a la circunferencia, concebida como un anillo en relieve que avanza hasta dos centímetros sobre la fábrica. Frente a la invisible red de rombos que sustenta geométricamente la distribución de los círculos a tresbolillo, las circunferencias segovianas se sujetan a una imaginaria trama de cuadrados, de modo que éstas quedan alineadas en horizontal y en vertical, con la particularidad de que todas las unidades son tangentes. La ordenación se subraya con la adopción del adorno de escoria, ausente en el otro grupo; ahora ya no se coloca este complemento con la arbitrariedad que se hacía sobre el llagueado, sino que se destina específicamente a marcar los encuentros entre las células ornamentales, imponiéndose así un ritmo continuo.

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Por último, en el Alcázar de Segovia las piedras asoman con frecuencia al interior de las circunferencias, mientras que tienden mayoritariamente a permanecer ocultas en el grupo onubense-portugués.

Estas observaciones son de gran importancia, puesto que en el momento en que se quiso conciliar el esgrafiado de circunferencias alineadas con la misión protectora de los tendeles,  tuvo que surgir el conflicto. En algunos casos, los anillos podían encajar más o menos con el tendel, quedando la piedra vista al interior; pero irremediablemente los rondos inferior y superior tenían que discurrir por encima de los mampuestos dejando expuesta la llaga verdadera. Se planteó entonces un problema crucial para la historia del esgrafiado: cómo potenciar el efecto ornamental de este recurso sin que ello supusiera una merma en la eficacia bienhechora que había demostrado el llagueado durante siglos.

La fragmentaria decoración conservada en el Alcázar demuestra que se intentó conciliar a los dos acabados. En un momento inconcreto a lo largo del siglo XIII se había realizado un llagueado con cierto realce, adornado con escorias y piedrecitas negras. Resuelta así la cuestión práctica, dos siglos después se ejecutó sobre los encintados otro revestimiento decididamente ornamental, integrado por circunferencias, trazadas a mano alzada y complementadas con trozos de escoria en sus tangencias. En algunas partes, la superficie del círculo se ocultó con argamasa, pero en otras muchas quedaron a la vista los mampuestos y sus tendeles. Lógicamente, el efecto de conjunto produce confusión y extrañeza.

El Marqués de Lozoya consideraba que el paso hacia la ordenación definitiva de circunferencias de igual diámetro, tangentes y superpuestas se dio en el Alcázar29; la ampliación de fotografías antiguas demuestra que toda la Torre de Juan II (junto con algunos otros fragmentos que aún se conservan en muros vecinos) estuvo adornada por las circunferencias irregulares que hemos descrito, en tanto que el resto de los muros contaba con anillos de igual tamaño. Lamentablemente desconocemos el momento de esta tercera campaña de revestimiento. El aspecto unificado que hoy ofrecen las fachadas del Alcázar responde a intervenciones recientes en las que se ha utilizado una plantilla. Seduce pensar que la segunda fase que hemos referido se llevara a cabo dentro del plan de refortificación del edificio que se llevó a cabo en la segunda mitad del siglo XV, consecuencia de su protagonismo en la turbulenta historia de Castilla en aquellos años. A pesar de que el nombre popular de la mencionada torre y algún que otro autor atribuyen su construcción a Juan II, María López se inclina por adjudicarle a su hijo la transformación de la misma, en una etapa de importantes intervenciones en el Alcázar. Siendo todavía príncipe, el futuro rey Enrique IV debió empezar a acometer reformas tras recibir de su padre el señorío de la ciudad en 1440, pero en lo concerniente a sus defensas pudo ser la guerra civil contra su hermano Alfonso el verdadero leitmotiv que llevó a la reconstrucción de las torres, el ahondamiento del foso y la metamorfosis de la Torre de Juan II o Torre de Naciente: “Desde su origen, esta torre custodia la puerta de acceso, aunque inicialmente era mucho más baja y estrecha. Su planta es rectangular de gran altura y rematada con ocho cubos, entre estos, el escudo de Castilla en las almenas. Como todavía es perceptible, la torre medieval era casi cuadrada y mucho más baja, pero no tanto si recordamos las alturas que el Alcázar poseía. El recrecimiento se llevó a cabo en 1465, cuando Enrique IV prepara el castillo para recibir la ofensiva alfonsina y se aumenta el volumen para competir con la torre de la catedral [sita entonces frente a la fortaleza]. Para ello, mucha parte del interior se macizó y atirantó para soportar la estructura del nuevo añadido”30. Tal vez la decoración de circunferencias cumpliera el cometido de dar un aspecto unitario a las fachadas, disimulando bajo ella las sucesivas empresas de engrandecimiento. El incendio de 1862 –que arruinó parte de la torre- y la necesidad de remozar las fachadas del edificio en alguna que otra ocasión, han llevado a rehacer el esgrafiado con planteamientos más modernos. Entra dentro de lo posible que el uso del esgrafiado en una de las fortalezas más prestigiosas de la monarquía castellana fuera el desencadenante de que edificios castrenses de la nobleza, como el propio Torreón de Lozoya, lo adoptaran en su aspecto externo, del mismo modo que su ornato interior inspiró realizaciones como el Salón de Linajes del palacio del Infantado en Guadalajara.

El Torreón de Lozoya solucionó mejor el conflicto “protección” versus “decoración”. Para entenderlo, no debemos fijarnos en su desgastada fachada principal, donde la erosión ha hecho desaparecer buena parte del revestimiento, sino en su muro más resguardado, aquél que da a una callejuela cerrada que separa la torre de la vecina casa de los Condes de Bornos. Allí se puede sentenciar que antes de aplicar el tendido en el que se recortaron las circunferencias, se ejecutó otra capa que llegó a ocultar de forma casi sistemática la mayor parte de las superficies pétreas con un acabado bastante basto, realizado con movimientos de paleta, cuya huella ha quedado impresa en varios lugares.

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Se trata pues, de un rudimentario esgrafiado a dos tendidos. En claro contraste con esa desmañada base (seguramente intencionada para favorecer la traba entre las dos capas), las superficies de las circunferencias fueron dotadas de un cuidadoso pulimentado, procedimiento que va a mantenerse en los esgrafiados segovianos a lo largo del siglo XV. Tal vez se trate de una lejana supervivencia de las expolitiones que se aplicaban sobre las pinturas murales romanas para darles lustre31. El deterioro de la fachada principal, responsable de que hoy veamos al descubierto muchas piedras, permite comprobar que los anillos, aunque se desliguen ya por completo del concepto de tendel, trataron de adaptar sus diámetros a la altura o “galga”32 de los mampuestos. El lado negativo de tal dependencia salta a la vista en el resultado final, puesto que entran en colisión los diferentes tamaños de los aros –trazados a ojo como en el Alcázar- con la intención de someterlos a una disposición regularizada.

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Otros edificios militares fueron perfeccionando el sistema. Los castillos de Arcos del Jalón (Soria) y Cuéllar (Segovia) trazaron sus circunferencias con compás; el primero empleando diferentes radios, el segundo unificándolos. Sin embargo, ninguno de los dos ordenó las circunferencias en perfectas hiladas superpuestas, correspondiendo tal mérito a la torre del homenaje del castillo de Arroyomolinos (Madrid). Esta fortaleza y la de Arcos del Jalón incluyeron junto a la ornamentación mencionada varios escudos igualmente esgrafiados33.

1 VERA, J. DE, El Torreón de Lozoya, Segovia, Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Segovia, 1977, pp. 12-13.

2 Ibídem. p. 13.

3 HERNANDO, J.A., “La arquitectura de la Edad Media”, en AA. VV, La Casa Segoviana de los orígenes hasta nuestros días, Segovia, Caja Segovia. Obra Social y Cultural, 2010, pp. 91-92.

4 LOZOYA, JUAN DE CONTRERAS Y LÓPEZ DE AYALA, MARQUÉS DE, La Casa Segoviana, Madrid, Hauser y Menet, s.a. [1921], s.p.

5 VERA, J. DE, op. cit., p. 27. CEBALLOS-ESCALERA Y GILA, A. DE, El Torreón de Lozoya y sus dueños, Segovia, 1991, p. 7. PÉREZ HIGUERA, Mª. T., Arquitectura mudéjar en Castilla y León, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1993, p. 115. LÓPEZ GUZMÁN, R., Arquitectura mudéjar. Del sincretismo medieval a las alternativas hispanoamericanas, 2ª ed., Madrid, Cátedra, 2005, p. 183.

6 J. A. Ruiz Hernando incluye la torre mayor en el siglo XIV apoyándose en Lozoya, aunque muestra sus dudas sobre la cronología del edificio: RUIZ HERNANDO, J.A., Historia del Urbanismo en la ciudad de Segovia del siglo XII al XIX, T. 1, Madrid, Diputación Provincial y Ayuntamiento de Segovia, 1982, p. 68. RUIZ HERNANDO, J.A., “La arquitectura…”, op. cit., pp. 91-92.

7 RUIZ ALONSO, R., “El Torreón de Lozoya en sus revestimientos murales. Las dos corrientes del esgrafiado europeo reunidas en un edificio segoviano”, Boletín Museo e Instituto Camón Aznar, nº 115-2017, p. 67.

8 COOPER, E., Castillos Señoriales en la Corona de Castilla, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1991, vol. I.1, p. 34 y vol. I.2, p. 637.

9 CEBALLOS-ESCALERA Y GILA, A. DE, op. cit., pp. 8-9.

10 LAMPÉREZ Y ROMEA, V., Arquitectura civil española de los siglos I al XVIII, tomo I, Madrid, 1922, p. 164.

11 LOZOYA, JUAN DE CONTRERAS Y LÓPEZ DE AYALA, MARQUÉS DE, La Casa…, op. cit.; TORRES BALBAS, L., Arte Almohade, Arte Nazarí, Arte Mudéjar, Ars. Hispaniae, t. IV, Madrid, Plus Ultra, 1949, p. 179. PEÑALOSA Y CONTRERAS, L.F. DE, “Los esgrafiados segovianos”, en ALCANTARA, F.; PEÑALOSA Y CONTRERAS, L.F. DE; BERNAL MARTIN, S., Los esgrafiados segovianos, Segovia, Cámara Oficial de la Propiedad Urbana de la Provincia de Segovia, 1971, [s.p.]

12 CORRAL, J., Ciudades de las caravanas. Alarifes del Islam en el desierto, Madrid, Hermann Blume, 1985, pp. 206 y ss. RUIZ ALONSO, R., El esgrafiado. Un revestimiento mural en la provincia de Segovia, Caja Segovia. Obra Social y Cultural, Segovia, 1998, pp. 93-94.

13 MORALES MARTINEZ, J.A., Arquitectura medieval en la sierra de Aracena, Sevilla, Diputación Provincial, 1976, p. 39.

14 GARCÍA Y BELLIDO, A., Nueve Estudios sobre la Legio VII Gemina y su campamento en León, León, Diputación Provincial, 1968, pp. 11-16.

15 HAUSCHILD, T., “La iglesia martirial de Marialba (León)”, Tierras de León, nº 9, 1968, p. 23.

16 VIÑAYO GONZÁLEZ, A., León y Asturias, La España Románica, t. 5, Madrid, Encuentro, 1982, p. 66.

17 V.V.A.A., “Un asunto superficial: el revoco decorativo del recinto amurallado romano-medieval de León”, De Arte, nº 1, 2002, p. 17.

18 PAVÓN MALDONADO, B., “Arte hispanomusulmán en Ceuta y Tetuán”, Cuadernos de la Alhambra, nº 6, 1970, p. 81. PAVÓN MALDONADO, B., Murallas de tapial, mampostería, sillarejo y ladrillo en el Islam Occidental (los despojos arquitectónicos de la Reconquista. Inventario y clasificaciones), trabajo inédito en www.basiliopavonmaldonado.es, 2002, [s.p.]

19 GURRIARÁN DAZA, P.; MÁRQUEZ BUENO, S., “Sobre nuevas fábricas omeyas en el castillo de Medellín y otras similares de la arquitectura andalusí”, Arqueología y Territorio Medieval, nº 12, 1, 2005, pp. 55-56.

20 MEUNIÉ, J.; ALLAIN, Ch., “La forteresse almoravide de Zagora”, Hesperis, XLIII, 1956, p. 311.

21 TERRASSE, H., “La forteresse d’Amergo”, Al-Andalus, XVII, 1953, p. 395.

22 MALPICA CUELLO, A., “Las técnicas constructivas en Al-Andalus. Un debate entre la arqueología y la arquitectura”, en VAQUERO, B.; PÉREZ, F.; DURANY CASTRILLO, M., Tecnicas Agrícolas, Industriais e Constructivas na Idade Media: curso de verán, Celanova, 8-12 de xullo de 1996, La Coruña, 1996, pp. 327-328.

23 ACIÉN, M.; CRESSIER, P., “Fortalezas dinásticas del Marruecos Medieval: aspectos constructivos”, en SUÁREZ MÁRQUEZ, A. (coord.), Construir en Al-Andalus, Monografías del Conjunto Monumental de la Alcazaba, nº2, Almería, Junta de Andalucía, 2009, p. 185.

24 PAVÓN MALDONADO, B., Alcalá de Henares medieval. Arte islâmico y mudéjar, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Estudios Árabes “Miguel Asin”, 1982, pp. 37-38, 55, 69, 85-87.

25 Ilustrando las que llevan por número LI, LXXXIX, XCIX, CXI, CLI y CLXXIII del Códice Rico, Ms. T-I-1. Real Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

26 ACIÉN ALMANSA, M., “Los tugûr del reino nazarí. Ensayo de identificación”, Castrum, Murcia, 1992, apud MALPICA CUELLO, A., “Las técnicas constructivas en Al-Andalus. Un debate…”, op. cit., p. 333.

27 BASSET, H; TERRASSE, H., Sanctuaires et forteresses almohades, Paris, Larose, 1932, pp. 109 y ss.

28 PUENTE ROBLES, A. DE LA, El esgrafiado en Segovia y provincia. Modelos y tipologías, Segovia, Diputación Provincial, 1990, p. 15.

29 “Su origen lo vemos, como el señor Lampérez, en el resalto de yeso que marca las junturas de las piedras en las obras de mampostería o sillarejo. Así se ve en ciertos antiguos muros del Alcázar, de la Casa de Segovia y Torre de Hércules, el gusto mudéjar, por el ornato a base de repetición de un motivo, se apoderó del procedimiento, sujetándolo ya a un dibujo simétrico, pero de círculos tangentes, que en el siglo XIV todavía se adaptan algo a la disposición de las piedras, recordando su origen, como aparece en la torre de Lozoya, y que en el siglo XV se hacen completamente independientes de ella, como en el Alcázar”.  LOZOYA, JUAN DE CONTRERAS Y LÓPEZ DE AYALA, MARQUÉS DE, op. cit., [s.p.]

30 LÓPEZ DÍEZ, M., Los Trastámara en Segovia. Juan Guas, maestro de obras reales, Segovia, Caja Segovia. Obra Social y Cultural, 2006, pp. 260-261 y 273.

31 V.V.A.A., “Estudio de materiales y técnica de ejecución de los restos de pintura mural romana hallados en una excavación arqueológica en Guadix (Granada)”, Espacio, tiempo y forma, Serie 1, Prehistoria y Arqueología, t. 13, 2000, p. 277.

32 Este término se recoge en el “Glosario” de Mariategui: “GALGA. Altura de las hiladas ó de las piedras que las forman.- «dos mil y cien varas de cantos sillares de a vara de largo, y mas lo que se pudiere, y dos pies de lecho y pie y medio de galga, y las cien varas destas seran piedras de tizon que sera vara de lecho, Y dos pies de frente y la galga dicha» (Relacion de lo que le parece al capitan Rojas) Ingeniero de S. M., que se podrá hacer en el reparo del muelle de Gibraltar, Archivo de Simancas, Neg. de Mar y Tierra, lego 650, año 1605.)”. MARIATEGUI, E., Glosario de algunos antiguos vocablos de arquitectura, y de sus artes auxiliares, Madrid, Imprenta del Memorial de Ingenieros, 1876, p. 67.

33 RUIZ ALONSO, R., Los esgrafiados segovianos. Encajes de cal y arena, Colección Etnográfica Segovia Sur, Segovia, Asociación por el Desarrollo Rural de Segovia Sur, 2000, pp. 34 y ss.